Las cenizas de mi tío lejano siempre habían sido un misterio en la familia. Cuando él murió en circunstancias extrañas hace años, sus restos fueron incinerados, pero nadie hablaba de lo que había causado su muerte. La urna con sus cenizas estaba guardada en el ático de la casa de mis abuelos, un lugar oscuro y polvoriento que rara vez visitábamos.
Una noche, durante una tormenta, un rayo impactó en la casa, causando un corte de energía que dejó la casa en total oscuridad. Mis abuelos y yo decidimos explorar el ático en busca de velas. Mientras buscábamos, encontramos la urna con las cenizas de mi tío en una esquina, bañada en una luz tenue y siniestra proveniente de la ventana.
Cuando mis abuelos intentaron abrir la urna para inspeccionar las cenizas, se dieron cuenta de que no podían. La tapa estaba sellada herméticamente, y ningún esfuerzo parecía ser suficiente para abrirla. En medio de la oscuridad y la tormenta, un escalofrío recorrió la habitación cuando escuchamos un susurro tenue que provenía de la urna.
Era una voz que no podía ser la de mi tío, una voz gutural y siniestra que nos decía: "Dejénme salir". Mis abuelos y yo nos quedamos helados de terror mientras el susurro se volvía más fuerte y desesperado. La urna comenzó a temblar y vibrar por sí sola.
En un acto de pánico, mi abuelo tomó un martillo y golpeó la urna con todas sus fuerzas. La urna se rompió en pedazos, y las cenizas se esparcieron por el suelo. En ese momento, la tormenta afuera se detuvo y la luz volvió a la casa.
Miramos a nuestro alrededor, confundidos y asustados, pero las cenizas habían desaparecido. Mi tío lejano, o lo que sea que había quedado de él, había sido liberado. Desde entonces, nunca más se habló de él en la familia, pero la sensación de que algo oscuro había sido liberado aquella noche siempre nos persiguió. Las cenizas de mi tío habían dejado una huella inquietante en nuestras vidas, una huella que nunca se borró por completo.
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